Me he despertado con dolor de cuello y un par de chupones horribles. Madre mía, madre mía ¿Qué me echaron en la copa ayer? Ya me lo decía mamá, ¡No sueltes la cocacola! Buff, fatal, fatal. Y sola, solita. Que chico más encantador y caballeroso. Gótico parecía; tan de negro, tan elegante. Seguro que era de fuera, porque su cara no me sonaba de ná. ¡Y qué besos! ¡Qué ímpetu, por Dios! si parecía que me chupase el alma. Así voy yo de fina, que menos mal que es sábado, porque cualquier se presenta a currar así. Cuello vuelto y corrector para tapar semejante mordisco.Y se llamaba... ¿Vlad? joer, sería de Vladimir, el pobre. Se puso morado de Bloody Mary, con lo poco que me gusta a mí el zumo de tomate. Total, tanto prometer, tanto pormeter, y me deja plantada en el portal. Decía que se tenía que marchar volando, que era casi de día y se le hacía tarde. A las siete de la mañana, chaval, es tarde ya para todo y pronto para nada, sobre todo después de rondarla toda la noche. Pues nada, otra vez será, digo yo. Ay, cuanta luz entra, voy a bajar la persiana. Además, me llega un olor a ajo insoportable de la vecina de abajo. Lo dicho, algo raro me pasó ayer a mí.
Aunque siempre he sido de pluma, En mi estuche del cole nunca faltaba un boli Bic. Barato, duradero, resistente y práctico. Boli azul para escribir, boli rojo para corregir.
Un boli bic requiere un cierto ritual; romperle el enganche del tapón, tatuarle alguna ecuación matemática, morder la punta con ganas, prestarlo, perderlo, explotarlo en la boca...
Por todo ello, me parece fscinante la obra de Juan Francisco Casas, capaz de crear, con un simple boli, escenas tan realistas como estas. Frescas, sugerentes, provocadoras y juveniles. ¡Muchas clases aburridas aguantó seguramente, para llegar a perfeccionar su técnica!