Mujeres que me leéis...
Seguro que muchas de vosotras sufristéis en vuestra infancia la tiranía de una abuela-tía-amiga-madre amante de las labores de punto y ganchillo. Jerseys que picaban, chaquetitas de angora que soltaban pelo, verdugos y bufandas al más puro estilo abertxale y otras aberraciones similares.
Entre tanto despropósito, había una prenda temida por cualquier niña un día de fiesta señalada. Aquella que te hacía llorar y que auguraba una jornada MUY complicada: las bragas de ganchillo
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Aún tengo pesadillas con ellas... |
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Imagino que, antes de la revolución industrial y del auge del sector textil, esta prenda era útil y ¿¿mona??, pero quienes la sufrimos a finales del siglo XX nunca pudimos entender su porqué.
Queridas jovencitas que no habéis pasado por este trance:
Las bragas de ganchillo, siempre acompañadas de su inseparable camiseta de ídem, no tenían goma, claro está, lo que compensaban con una largura considerable, véase canzoncillo a lo
Julián Muñoz. El tiro podía llegar hasta la axila, siempre con la camisetita por dentro y asomando por los costados. Como no, las más cuquis tenían unos comodísmos lacitos rosas que, calor está, ni se marcaban, ni picaban ni molestaban...
Este precursor de la lencería fina se reservaba para las fiestas de guardar, teniendo su gran momento el día de la primera comunión. Creo que parte del agnosticismo reinante en esta generación es fruto de semejante tortura textil. Vestigios de la inquisición... No contentas con ello, te ponían unos maravillosos calcetines a juego, llenitos de agujeritos para helarte de frío y que tenían la capacidad de ser ingeridos por las merceditas superduras. Un Cristo de pies, vamos.
Pensé que aquellos terroríficos modelitos habían sido engullidos por el paso del tiempo y la llegada de la confección textil. Pues no. Quedan señoras muy dignas, seguidoras del determinismo, que siguen comprando braguitas de ganchillo y otros enseres demoníacos a las niñas del siglo XIX. Se sigue disfrazando a las niñas de muñecas, por encima de sus necesidades, comodidad y dignidad, inculcando el modelo de mujer-florero desde la cuna. El mensaje es desesperanzador: solo sirves para estar mona, para agradar a los demás. Este fenómeno, paradójicamente solo se da en España y otros países de castañuela. ¿Os imagináis a una niña nórdica con faldón o chaquetita con bodoques y megalazos?
Me gustaría saber a cuántos de vosotros disfrazaron de pequeños y si intentan inculcar el estilismo retrógrado a las niñas de vuestro entorno, mujeres del mañana.