Crucé el mundo tras los pétalos del Sakura. Esperé muchas primaveras para veros florecer, hermosos cerezos. Desperté creyendo que el día era noche y ahí estabáis, frente a mi ventana. Hermosa mañana de abril. La fresca brisa os esparcía, alfombra de bienvenida. Gaijin que entra al templo, bendecida será.
Al atardecer, el cielo se tornó rosado. Tu silueta parecía un monstruo de Kabuki, dispuesto a asustar a las tímidas maikos. Preferí pensar que tus ramas se abrían para abrazarme; cobijarme a la espera de otro sol naciente. Kyoto en el alma, colores en la retina. Dorados templos, carpas carmesí, flores del color del ocaso.