Una barriada de aluvión. Nunca conoció buenos tiempos. Balcones que vomitan óxido. Farolas tuertas. Aceras descascarilladas. El invierno envilece el paisaje. Navidad por obligación. Cabalgata impensable.
Amanece. Madrugada. Café de puchero en la cocina alicatada. Un viejo abrigo. Bufanda deshilachada. Desolada parada de bus. El frío ahullando en los huesos. 31 de diciembre y trabajando. Siempre trabajando. Cenar sopa de cocido y langostinos congelados. El turrón, de oferta. Menú de pobres. Campanadas en Tele 5, que para eso sale la Pantoja. Tan guapa, tan elegante, con esos trajes espectaculares. Una señora, digan lo que digan.
¡Si nos hubiera tocado la lotería! Otro gallo cantaría hoy. A mi niño le compraría los cacharritos de la tele. Y un frasco de colonia buena para madre. De esa que huele a señora con abrigo de pieles. Y a cenar, a un restaurán. Que nos lo den hecho y no haya que fregar. Total, estos días solo sirven para gastar y sufrir por gastar, por los que se fueron, por lo caro que está todo, por no llegar. No llegar. Nunca. A nada. A nadie. mierda de vida.
Y la ventana del cuarto que cierra mal. Congelaíta que me quedo. Los pobres no podemos ni llorar;se nos escarchan las la´grimas del frío y de la impotencia.
La alegría, los villancicos, los colorines del espumillón pasarán de largo por el barrio. ¡Qué ganas tengo de que se pasen estos días, madre mía!