
miércoles, 24 de diciembre de 2008
Discurso bloguero

lunes, 15 de diciembre de 2008
La princesa sin nombre. Parte II
Después de varias horas al volante, la princesa llegó a Mogollonópolis, urbe entre las urbes, capital del mundo mundial, de la que se decía tenía tantos habitantes como granos de arroz en una paella: vamos, muchos y revueltos. De todas las posibilidades que entrañaba la ciudad, había una que le atraía sobre todas: La gran biblioteca. En ella se albergaban todos los libros jamás escritos en todas las lenguas conocidas e incluso desconocidas. Tratados, legados, tebeos, manuscritos, poemas de amor, farsas y sainetes, diccionarios y glosarios. Todos a su alcance. Y, en especial, uno: el libro mágico. Cuando era pequeña, Beffana Giubiana, su hada madrina, le contó la historia del libro que respondía a todas las preguntas; un libro que todo lo sabía y que nada ignoraba.
La princesa estaba seguro de que aquel libro sabría responder a su pregunta: sabría cómo se llamaba.
domingo, 14 de diciembre de 2008
La princesa sin nombre. Parte I
I
Érase una vez, en un reino no muy lejano, una princesa hermosa y primorosa, como todas las princesas, pero que no era feliz, ya que sobre ella había caído una terrible desgracia: no tenía nombre.
Su padre, el rey Sinforoso, siempre andaba metido en finanzas; que si ahora expropio unos terrenos, que si después lanzo una opa hostil… Su madre, la reina Sinsorga, era una mujer culta y aficionada a la música, que solo vivía para escuchar a su coro de castrati y componer zarzuelas. Como la princesa no poseía una dulce voz, su madre se había desentendido de ella, desencantada por no tener una hija con ínfulas de mezzosoprano. Entre batallas y operetas, los reyes no habían tenido tiempo para buscarle un nombre a la muchachita; uno digno de una princesa de sangre real.
A falta de nombre, había desarrollado otras bellas cualidades: sabía conducir coches de carreras, hacer bizcochos de ajonjolí, recitar versos alejandrinos y manejar cualquier programa informático. Por todo esto, y porque era una chica lista, pero que muy lista, se aburría como una ostra en aquel palacio tan solitario en el que nadie se acordaba de ella.
Soñaba con conocer mundo, viajar, hacer amigos y, sobre todo, con encontrar un nombre para que la pudieran llamar.
Así, un día, cogió su maleta de Luis Truitón y se marchó sin más, pues nadie se percató de su partida. Había llegado la hora de escribir su propio cuento.
jueves, 4 de diciembre de 2008
Cuentacuentos
Al mirarte en el espejo del baño verás lo que quieres ser: héroe o villano, víctima o salvador, amante o enamorado, protagonista o secundario.
Al salir a la calle, cada paso que se da marca el rumbo del relato: ¿obrarás bien o mal?, ¿ vivirás aventuras o sufrirás penalidades?, ¿Actuarás o solo contemplarás la escena?
Para escribir este cuento, tu cuento, no hacen falta ni lápices ni teclados; ningún árbol sacrificará sus hojas. Solo necesitas ilusión, voluntad, feurza, determinación y alegría.
Cada mañana, al despertar, tienes una historia por contar; una historia que solo tú puedes narrar: la tuya.
martes, 2 de diciembre de 2008
Princesa
Si yo fuera princesa no viviría en los libros, preferiría que me contasen juglares y trovadores por plazas y mercados, que acompañaran mis aventuras con el sonido de un laud o una pandereta.
Tendría un nombre rimbombante, como "Princesa Abadesa, la de la boca de fresa" o "Princesa Valentina, toda mona y fina".
Mi reino estaría cerquita, nada de tierras lejanas, una región visitable y turística para que mis vasallos tuvieran trabajo. Viviría en el condado de la rosquilla de anís, o en el ducado del chocolate amargo.

