|
Nicoletta Ceccoli |
Dos hermanas. Gemelas. Nadie recuerda cuándo, cómo, dónde. Siempre estuvieron ahí. Dos gotas de agua; reflejo de si mismas. Una, soltera; la otra, viuda. Fuera por necesidad, fura por soledad, hacía años que formaban una extraña pareja. Gustaban de salir a paser de buena mañana, hiciera el tiempo que hiciera. Embracetadas del brazo; siamesas del cariño. La una, moño alto y labios carmesí; la otra, broche en la solapa y zapato de tacón. Siemrpe arregladas. Acicaladas. Conjuntadas. Parecían elegir indumentaria a juego para no desentonar.
Aunque amables, eran mujeres de pocas palabras. No con ellas, ni con los demás. Poco se sabía de su pasado. Dicen que una marchitó de mal de amores; la otra, enviudó antes de ver el fruto de su amor. Condenadas a entenderse, sin más compañía que los recuerdos de lo no vivido. Las tardes de invierno las pasaban en casa. La una, cosiendo y bordando; la otra, leyendo y pintando. Su padre, maestro republicano, las había instruído en letras y música. Habían recibido una educación muy abierta para su época. La una fue maestra de escuela; la otra, enfermera del sanatorio. Aunque ya hacía tiempo que les llegó la edad de la jubilación .
Solo una rutina había sobrevivido al tiempo. todos los sábados por la mañana iban a pasear por el lago. llegaban, lo rodeaban, tomaban un café en el kiosko y volvían a casa. Todos los sábados. Todos, menos el sábado pasado.
Continuará