Reivindico el derecho a estar triste.
Me incomoda la felicidad que cada día me intentan vender: sonrisas perfectas, coches brillantes, logotipos y marcas por doquier.
Consumir, producir, aparentar, crear necesidades antes inexistentes.
Ya no hay espacio en esta sociedad para el sufrimiento, para el sacrificio. No todo es posible, no me hará más feliz tener una gran casa o conducir hasta el trabajo. Puedo vestirme y estar bella sin ir de tiendas cada semana. Mi ocio lo decido yo, y puedo ser FELIZ solo con pasear por un parque o leer cualquier cosa al anochecer.
Mi amor no tiene fecha de caducidad, no voy a coleccionar amantes vacíos, cuerpos fríos.
No voy a seguir las reglas que me marcan. Las cosas se harán a mi modo.
Y, por suerte, no siempre soy feliz, no lo seré de forma continua.
Cuando pasa el tiempo, me doy cuenta de que en esos momentos de deriva conseguí grandes metas, estuve llena de inspiración.
Y, aún así, no seré libre, porque es pura demagogia decir que lo eres. Seguimos un camino trazado en sus pormenores; nos conformamos con elegir el color -o no- de nuestra mortaja.
Dejadme por lo tanto diluirme en mis líneas y revolcarme en mi saudade.
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