No hace mucho me regalaron una máquina para etiquetar. Pensé en las cosas a las que les podría poner nombre, pero, en parte, me pareció inútil, porque si ya se cómo se llaman, no necesito identificarlas.
Sin embargo, me gustaría tener un aparato que identificase aquello que no sé lo que es. Así, frente a un cacharro extraño, la maquinita me diría si es una silla de diseño, un pintxo de sugus o un abrigo de entretiempo. Todo ello, cosas inservibles o inútiles.
Lo peor viene cuando te encuentras con personas ya etiquetadas de antemano. Vease el recurente caso del identificativo "amigo". Un cartel muy fácil de poner - o ponerse- pero que pocas veces es real. Si voy a facebook, me dicen que tengo casi 200 de ellos, aunque a algunos haga siglos que no veo o prácticamente no hablo con ellos. Otras veces me encuentro con seres extraños que enarbolan el estardante de la amistad. Un trofeo que no sé ni quién ni cuándo obtuvieron, pero que ahí está, cual arma arrojadiza para conseguir y reclamar. Por desgracia, cuando quieres privar a alguien de dicho honor, la etiqueta se resiste a salir y tienes que cargar con un fulano impertinente adobado a tu costilla.
Con todo ello, a veces, me pregunto si la amistad es sinónimo de hipocresía. Por suerte, aún me quedas tú...
Te había escrito un largo y bonito comentario, que se ha borrado por arte de mis torpes dedos... pero a lo que iba. Los amigos no son eternos, porque aquello que un día te une, al cabo de los años te separa.
ResponderEliminarNo obstante, hay raros casos en que los amigos se conservan, porque poseen la cualidad de congelar el tiempo y pasar por alto nuestras metidas de gamba, o sea nos toleran porque nos aprecian y porque mutuamente nos enriquecemos la vida ... el resto, es solo etiqueta.