sábado, 8 de agosto de 2009

El libro del verano

Curiosa es la ansia lectora que ha contagiado a escépticos del papel en los últimos tiempos. Me sonroja ver cómo aquellos que disimulaban risitas piadosas al verme leer clásicos en el bus enarbolan bestsellers al peso en un intento de entender la letra impresa.
Y no negaré que me entusiasma la idea de que, ahora, todos leemos. E incluso hay que hacer filas en la FNAC para pagar un libro. Pero, ¿cuál es el precio que los pobres lectores de siempre pagamos?

Muchos son los conocidos, amigos, parientes, que me sondean buscando el libro del verano. Pero es que soy lectora atípica. Huyo como de la peste de la novelita de moda. No, no he leído (ni pienso hacerlo en estado consciente) Millenium, ni catedrales marítimas, ni la sombra del cierzo. El único pecado que reconozco al respecto es la divertida lectura de un pastiche de leyendas cristianourbanas sobre un caliz, un museo parisino y una Madalena piadosa. Todos somos humanos...

Y lejos de criticar semejantes portentos en ventas - pues cada uno es libre de leer lo que quiera, y oiga, a mí me encantan los folletos del Carrefour - escucho con orgullo materno a aquellos mileuristas (por las casi mil páginas de cada volumen) que se reconocen lectores, por mucho que lo anterior que cayó en sus manos fuera una lectura obligatoria de 3º de BUP.

Si ustedes me permiten, seré una démodé. Me privan los clásicos. Gracias al cielo que Balzac y Galdós fueron tan prolíficos y aún me queden miles de líneas por devorar. Me pierdo en las historias de personajes melancólicos y rebusco las migajas de su técnica y expresión. Me cuesta acercarme a los de ahora - salvo a mi Jose, Haruki, Lucía y Amélie - pues veo reflejos distorsionados de lo de ayer. Y me muero de vergüenza imaginándome escritora con traje ya conocido, heredera de otros que ya firmaron.

Hoy me voy de vacaciones con el bolso lleno de libros, pensando si no serán pocos y me quedare - horror de los horrores - tirada en la cuneta lectora. Suerte aquellos que pueden saciar su sed en cualquier Relay del camino.

Y, ahora, silencio. SE LEE

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