Entre nuestros primeros recuerdos siempre hay una burbujita de felicidad. Un muñeco, un verano, una canción... Un lugar al que volver para recobrar esperanza, sentir que algo bueno está por llegar.
El mío es un osito ruso que viajaba por el mundo. Cuando estoy triste, tarareo su melodía, esperando ser la niña que no fui.
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