miércoles, 13 de junio de 2012

Relatos estivales: El hombre que soñó una perla I


La dune du Pyla
Se llamaba Fabien y cultivaba ostras. Como su padre, como su abuelo. Desde que las marismas se volvieron Landas, siempre había habido alguien en la bahía dedicado a ello. Vigilar las mareas, mimar los moluscos, recolectarlos. Casitas ancladas en sus arenas movedizas. Aisladas de noche, cuando todo se volvía laguna. Los domingos, montaba un puesto en el paseo, junto al espigón, y vendía las mejores ostras. A 20 francos la docena. A los habituales, se sumaban en verano los veraneantes que, conociendo la calidad de su producto, madrugaban para comprar las mejores piezas. Nunca quiso conocer mundo; tenía todo lo que necesitaba. Se hubiera conformado con una mujer de curvas rotundas que le esperase por las noches con la cena y la cama calientes. Pero Fabien era un solitario, un lobo de la bahía.
Las noches de verano,  gustaba de adentrarse en el bosque y subir a la duna, a la gran señora. Aquella montaña de arena infinita que daba paso al océano. Contemplaba las estrellas y les contaba sus penas. También pedía deseos, más por rutina que por fe. Encontrar un tesoro dentro de una ostra. Una perla de blancura perfecta, nacarada y pura; el fruto de su trabajo. Allí, dueño del bosque y el mar, soñaba con ese día. Aunque nunca imaginó que llegaría de verdad…

Continuará

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