Nadie le ve. Pasan a su lado. Le ignoran. Se confunde entre el adoquinado, se acurruca en cualquier banco, huérfano de beso de buenas noches.
No siempre fue así. Fue bebé entre unos brazos; niño jugando en el patio. Joven de barrio y litrona; hombre enamorado. Un día la fortuna cerró la puerta, la última que fue suya. Cambió su techo de escayola por uno estrellado. Y dejó de contar los días. Es libre porque nada tiene; libre porque nada espera. Un invisible a tus ojos. Las más veces, molesta. Afea el parque de tus hijos; ensucia escaparate de tienda. Huele mal, está sucio. Borracho si le dejan.
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