Me piden que me invente una princesa. Un nombre, un reino, un escudo. Una princesa que toca un instrumento, que baila una danza típica, que habla un idioma concreto. Me piden que cree un mundo a la medida de alguien que no existe.
Si yo fuera princesa no viviría en los libros, preferiría que me contasen juglares y trovadores por plazas y mercados, que acompañaran mis aventuras con el sonido de un laud o una pandereta.
Tendría un nombre rimbombante, como "Princesa Abadesa, la de la boca de fresa" o "Princesa Valentina, toda mona y fina".
Mi reino estaría cerquita, nada de tierras lejanas, una región visitable y turística para que mis vasallos tuvieran trabajo. Viviría en el condado de la rosquilla de anís, o en el ducado del chocolate amargo.
Si yo fuera princesa no viviría en los libros, preferiría que me contasen juglares y trovadores por plazas y mercados, que acompañaran mis aventuras con el sonido de un laud o una pandereta.
Tendría un nombre rimbombante, como "Princesa Abadesa, la de la boca de fresa" o "Princesa Valentina, toda mona y fina".
Mi reino estaría cerquita, nada de tierras lejanas, una región visitable y turística para que mis vasallos tuvieran trabajo. Viviría en el condado de la rosquilla de anís, o en el ducado del chocolate amargo.


Si yo fuera princesa, escribiría mi propio cuento
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