martes, 19 de julio de 2011

Relatos de verano. La caja. Parte I


Para Violeta, el recuerdo de sus abuelos se reducía a aquellos veranos de primera infancia que pasaba en la casa del pueblo. La abuela Paquita con su mandil de volantes preparando guisos; el abuelo José  en la huerta cuidando de sus tomates y borrajas.  Una vida sencilla hecha de rutinas y silencios. Tardes a la fresca en el patio; partida de dominó y novela radiada. Domingos de misa y vermú de hombres. Era como si su existencia fuera un decorado costumbrista, un lienzo colgado en un salón de muebles castellanos.  Los yayos siempre fueron viejos, creía ella. Desde el principio de sus tiempos, desde que Violeta recordaba.
Primero se fue la abuela Paquita, una noche no despertó. El abuelo José se volvió más taciturno si eso fuera posible. De la huerta a casa. Una vecina le hacía las faenas y le preparaba la comida. Mamá iba casi todos los fines de semana a dar una vuelta por la casa y rellenar la despensa. Al llegar el otoño, el yayo partió en busca de su Paquita. No hubo lloros; los viejos son viejos y les llega su hora. Ley de vida. Al principio, aún bajaban algunos veranos pero, cuando Violeta fue creciendo, perdieron el interés por el pueblo y la casa se cerró. Bajo llave quedaron vidas y recuerdos durante años. Durmieron en cajas de Colacao fotos, cartas, retales de historia familiar desconocida.
Cuando los padres de Violeta también faltaron, tuvo que hacerse cargo de lo poco que quedaba de la casita del pueblo…

Continuará

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