miércoles, 20 de julio de 2011

relatos de verano. La caja. Parte II


Cuando los padres de Violeta también faltaron, tuvo que hacerse cargo de lo poco que quedaba de la casita del pueblo. Era el puente del Pilar y, sin más plan por delante, decidió subir a pasar unos días y dejarlo todo arreglado; limpiar la casa, salvar lo más decente, vender las tierras y olvidarse por un tiempo de ese lugar en el mundo que no sentía como suyo.  Cargó el coche con lo necesario y condujo por carreteras secundarias.
Al llegar, los recuerdos la sorprendieron como niño que juega al escondite. El aroma a  pimientos asados, los visillos en las ventanas, los perros pulgosos. Y el portalón de madera pintado de verde. No necesitó llave alguna; su abuelo le había enseñado a abrir la puerta forzando un poco la manilla. Entró. Miró. El corazón le vino a la boca. Y lloró a sus yayos, a la niña que fue, a sus padres, al perrillo que tuvo de cría. Lloró por no haber sabido disfrutar de lo que creía era suyo y le habían quitado. Deshojada como una margarita, ya nadie la quería.
Aquella noche no tuvo fuerzas para más. Subió a la alcoba principal, se tapó con una toalla y durmió abrazada a la almohada. Sola en sus recuerdos, con sus fantasmas.

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