viernes, 26 de agosto de 2011

Relatos de verano: La lectora III

Aceptada su debilidad, se dejó llevar por ella. Decidió consumirse entre intrigas palaciegas. Fumaría el opio de Indochina, sorbería absenta parisina, esnifaría rapé con la Duquesa de Alba. Sería una yonqui de las palabras, esa sería su perdición. No tenía miedo, asumía los efectos secundarios de su adicción. 
En la edad en que el candor primaveral deja paso al otoño, la lectora decidió acabar con su vida. Cerró la casa familiar. Encendió un flexo. Preparó café. Una manta cerca. Una pila de policíacos escandinavos. Solo era cuestión de tiempo. 
Cuando la policía tiró abajo la puerta, alertada por el olor nauseabundo que los vecinos notaban hacía días, se la encontraron comida por los ratones, cubierta de tinta. Su autopsia rezaba "muerte por intoxicación literaria". El forense se vio obligado a cortarle la mano derecha. No le podían quitar el libro. No quedaba bonito en el ataúd.

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