viernes, 23 de septiembre de 2011

Relatos otoñales: El coleccionista III


Volvió a pestañear. Le miró fijamente. Un silencio frío como hoja de cuchillo a la espera de una palabra. Pero no habló, solo le miró. Y volvió a pestañear. El tendero cerró la vitrina con llave y salió corriendo de casa. No, no podía ser, eran imaginaciones suyas. Demasiada fantasía. Era una muñeca, un objeto a su merced. No podía moverse, no podia hablar. Solo podía hacer bonito en un estante.
Después de un largo paseo, ya de noche, no le quedó más remedio que volver al hogar. Abrió la puerta con miedo, encendió la luz del salón y se asomó receloso. La muñeca seguía en el mismo sitio, impávida aparentemente. No era así. Al acercarse, vió como una lágrima surcaba su mejilla. Estaba llorando. La sacó, la tomó entre sus brazos y acarició su pelo.Y entonces comprendió todo. Aquellas criaturas encerradas, presas de su belleza y de sus caprichos. Palidecían de tristeza tras el cristal. ¿Quién era él para negarles lo más esencial?
A la mañana siguiente cogió a todas sus chicas y se fue a la puerta del museo. En fila, las sentó a todas en un banco con sus trajecitos de verano. Que todo el mundo contemplara su hermosura, que todas ellas disfrutaran de los días de sol. Que nunca más fueran presas de su belleza.

La belleza y la inteligencia son dones, no castigos. ¡Úsalos!

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