miércoles, 22 de octubre de 2008

Me pongo bucólica

Cuando llega el otoño me entra la poesía.
Fui una niña a la que le hacía feliz comprar los libros de clase en agosto, y no por ganas de volver al cole, sino por tener una nueva oportunidad para inventarse. Porque, si el año empieza en septiembre, ¿por qué los calendarios arrancan en enero?
Al son de los últimos acordes del Caribe Mix de turno, cuando las carnes se esconden, acto que dignifica el cuerpo humano, dejamos de disfrazarnos de turistas de piscina y huerta y volvemos a ser los que éramos antes del declive nuclear que supone el calor; entonces, brotan las flores de otoño.
Viñas rojizas, olor a pimientos asados, txupinazos y ofrendas, cumpleaños, un abrigo entre bolas de alcanfor, preludio de navidad. Lápices y cuadernos nuevos, sentir el aire al pasear, tardes cortas, una mesa camilla encendida.
El otoño es un nuevo encuentro con la soledad, con la nostalgia y los recuerdos.
No sé porqué, pero solo alcanzo imaginar un día feliz, un día perfecto, entre las últimas hojas del calendario.

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