domingo, 5 de octubre de 2008

Ridículas



Podría hacer una lista interminable de las ridícuilas que se han cruzado en mi camino. Mujeres a medio acabar, cobardes falderas, princesitas sin castillo y reinas de la mediocridad.


Aquellas que sueñan con un bolso carolíngeo y un peluche al cuello como mayor trofeo. Recauchutadas con pegote de rimmel en la cinta del gimnasio y aspirantes a Señorita de la región.
Las que nunca aprendiero a sobrevivir y, mientras tanto, dejan que mamá pato las alimente.
Las que se arrugaron mirando por la ventana la vida que no se atrevían a vivir.

Realmente, podría seguir y seguir. Hacer tantas listas como ridículas conocí.

¿Y que fue de las muejres de verdad? Las que no se quejan, las que tiemblan y sonríen, las que se apasionan y sufren infinitamente, las que no le tienen miedo a la verdad, a nada. Las que no aprendieron a llorar.
Amas de casa con su carrito por montera, jóvenes que se fueron dando un portazo y miraron solo adelante, las que nunca ganan pero siguen participando, todas aquellas que se rien de sí mismas y afrontan lo más oscuro. Las que aman sus curvas despistadas, sus ropas heredadas, sus peinados distraidos.


Las que, ante todo, no quieren dar pena si pueden dar su mano, su sonrisa, su ánimo.
A esas, nadie les canta, nadie las premia, nadie se acuerda de ellas.
A esas se les teme, se les envidia, porque ellas SI lo consiguieron. Si lo son.

Gracias por haberme dado un poco de vosotras.

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